Llegamos al pueblo de Agua Blanca, en la costa de Oaxaca, hace diez años en busca del mejor sitio donde edificar la residencia de nuestros sueños, un lugar donde pudiésemos descansar, divertirnos e inspirarnos.
Al principio pensamos levantar nuestra casa junto al océano Pacífico, pero comprendimos que necesitábamos unir la seguridad a la comodidad en nuestro refugio, así que exploramos un emplazamiento sólido. Lo hallamos sobre una colina que se eleva a escasos doscientos metros de la playa, que permite dominar con la mirada el paisaje desde la altura. En ese tiempo el terreno en la cima estaba ocupado por un solo árbol de ciruelo.
Toda la extensión, enorme, era tentadora, pero necesitábamos identificar el mejor sitio para levantar nuestra residencia. Al explorar el terreno, encontramos cerca del borde del promontorio un objeto que nos sorprendió y fascinó: una piedra tallada por algún antiguo poblador para convertirla en una pila de agua, llena de líquido cristalino por una lluvia reciente. Bajo el sol intenso, al introducir nuestras manos en el refrescante líquido almacenado en la arcaica vasija, supimos que este era el emplazamiento para hacer nuestro sueño una magnífica obra. Y en recuerdo de ese símbolo que nos indicó dónde erigir la residencia, bautizamos el hospedaje como Piedra de Agua.